domingo, 6 de mayo de 2012

La repartija

(De cómo ficcionalizar un poco tu vida para no caer en la tragedia)


No teníamos mucho para repartir: ni heladera, ni microondas, ni sillón. Sin embargo la cama se la quedaría alguno, y por suerte el placard estaba empotrado a la pared. Mis libros no te interesaban, los tuyos a mí tampoco, qué me importan los cables coaxiles, las redes y la saga de Crepúsculo. Mi dios, Crepúsculo (que incluye Nueva Luna, Eclipse y Amanecer. Pf). En mi mesita de luz siempre firme Rayuela y por mucho tiempo La casa de los espíritus. Aunque habitualmente decías que eran unas historias de mierda, que Cortázar escribía como el carajo, imposible de entender, sé que te encantaba y que mientras yo dormía vos lo hojeabas. Lo sé, te vi, pero me hacía la dormida. Literariamente no nacimos el uno para el otro, aunque por mucho tiempo leímos a Borges y nos asombramos de su fascinante obra. 
"Qué sería de los Clash, sin Buenos Aires, donde nacías vos", siempre resuena eso en mi cabeza y una parte herida de mí detesta que haya algo que todavía nos una. Nos une todo, en realidad. Cortar un lazo es hacer una incisión en un lugar, pero a su vez es atarse a miles de sogas para no dejar caer ciertas cosas al abismo del olvido. Y la parte agradecida de mí, lo agradece, valga la redundancia.
Así que la repartija consistía en decidir cómo dividiríamos la colección de discos. No sé cómo haremos.
Los cactus están bien, quería decirte.

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