lunes, 28 de mayo de 2012

La mala hora


  ¿Alguna vez les pasó de estar acostados, intentando conciliar el sueño, y que una catarata de pensamientos los haya obligado a dar vueltas para un lado, vueltas para el otro? A veces esos pensamientos están ligados a tonterías: aprovechar el insomnio para repasar la rutina del día venidero, o pensar en la ropa con la que vamos a ir a trabajar, recordar algún cumpleaños, organizar mentalmente la semana, en fin, hay ciertas cuestiones que podemos ir resolviendo mientras se espera la llegada del sueño. Pero qué pasa cuando los pensamientos te atacan, te invaden, no te dejan en paz. Y no hablo de no poder dormir por haber cometido un homicidio y cargar con la culpa. La invasión viene sola, desde lo más profundo, y trata de removerte por completo todo lo que hay guardado y te produce un cierto malestar. 
  Me acaba de pasar. Y tanta vuelta terminó en un llanto incontenible y la necesidad imperiosa de escribirlo en algún lado para descargar. No sé si llamarle obsesión o qué, con la forma de vida que tenemos. Esto de vivir atados a lugares infelices, de no poder disponer de un día para uno porque sí, que no sea el domingo. Eso de tener que dormirte sí o sí temprano porque al otro día tendrás que madrugar. Y no quisiera pasar por malcriada o vaga, ojalá mi querido lector no tenga que identificarse conmigo, no se lo deseo.
Lo peor de esta situación es que no está relacionada al desamor, a una ruptura, a un abandono, a una pelea, esto no tiene que ver con lo sentimental. ¿Qué se hace cuando la estructura entera se quiere venir abajo? ¿Vas a un psicólogo? Pero a veces es tan evidente lo que nos van a decir. Y en todo caso, no quiero que alguien me enseñe tácticas de adaptación a esta vida de mierda. Bueno, sí, el sistema es inevitable y no queda otra. Pero tampoco quiero que me receten ansiolíticos.
  Pienso un segundo en que hay millones de personas yéndose a dormir luego de tomarse un psicofármaco y me pregunto si a ellos les pasaba lo mismo que a mí. Y me pregunto por qué dejaron que les suprimieran la alteración con esas pastillas, si en sus vidas no cambió nada a nivel externo. Ahora son ellos los cambiados, los calmados, los apagados, a los que les bajaron todo tipo de preocupación con una droga. ¿Y a dónde fueron a parar todas las ganas de echar todo al carajo que tenían? Listo, uno menos que no está conforme con la vida que le imponen.
  Si esto lo leyera algún ser querido mío, diría que estoy deprimida. Y por mi parte, no creo que sea un estado depresivo: creo que estoy preocupada por lo que nos están haciendo a todos.

sábado, 26 de mayo de 2012

El problema del uasap



     Imaginemos una situación idílica y placentera, como lo es salir a comer a algún restorán la noche de algún viernes, con otra persona. Estamos sentados, conversando de la vida, comiendo, riendo, en fin, estamos pasando una linda velada. Hastaque: el interlocutor que me acompaña saca el celular de su bolsillo, lo mira, me mira, responde lo que acabo de decirle con un monosílabo, y sube el celular hasta la altura del pecho, su mirada queda fija ahí. Tal vez hasta esboza una sonrisita hacia la pantalla del aparato. Ahá. Qué ricos están los agnolottis, pienso mientras me como uno y miro el plato, luego la mesa de al lado, lo miro a mi interlocutor, miro el celular, y miro otro agnolotti del plato, la persona sigue ahí, dale que dale con las teclitas del celular. Muy rico lo que me pedí. Qué rápido que es con las teclitas. "¿Qué me decías?", escucho. "Ah, te decía que..." y continuo el relato. Le cuento algo que si bien no es lo más interesante del mundo, requiere de un oído dispuesto y de una respuesta con marcada reflexión. O al menos espero eso. Bueno, lo que sucede justo antes de que termine de contarle mi asunto, es que el celular (ya ubicado sobre la mesa, ya siendo un comensal más y un integrante más del diálogo, al parecer) vibra y acto seguido la persona lo toma, lo mira, me mira, lo interpone entre nuestros rostros, y teclea nuevamente. Yo intento seguir narrando mi parte, pero se me torna imposible sentir la conexión con el otro. Quiero decir, uno cuando dialoga, aparte de esperar una respuesta, intuye una cierta actitud de interés en el otro, de escucha. Eso evidentemente se está cortando, por lo cual me callo y miro atenta, a los deditos que teclean, a la cara que sonríe al celular, cual compinche. "Qué pelotudo", pienso. "Sí, disculpame, seguí contándome". Que te cuente qué, que me parecés un idiota cortándome la charla cada sesenta segundos con ese celular. Si le digo eso voy a pasar a ser una loca obsesiva y censuradora de comunicaciones con terceros no presentes, pero presentes por medio del aparatito. Y del "uasap", porque me contás (y no me interesa) que alguien te está enviando mensajes por uasap. Nunca usé eso, mi celular no lo tiene. Así que saco mi celular, totalmente básico, y mientras él teclea en su esmarfon, yo hago que escribo algo con el mío. Falso, claro, pero ya que estamos vamos a entrar en la estupidez y la falta de respeto. Guardo el celular luego de mirar la hora, y él sigue tecleando. Ahora nuestra conversación se torna alrededor del uasap. Sí, mi relato anterior quedó inconcluso, por supuesto. Cosas de la vida, mi incapacidad de síntesis o mi incapacidad de relatar con dinamismo, será. Entonces hablamos del uasap, le digo que no me gustaría tener porque considero que la gente te habla porque está al pedo, y te mantiene como un tarado prendido al teléfono. Tomá, te la dije. Y él asiente, dice que es cierto, pero que en todo caso no contestás. JAJA, me río fuerte. Comamos, mejor. Luego me comenta que "Me siento un tonto, la verdad, agarrando el celular cada dos segundos". OH, ALELUIA, YAVÉ. Y agarra el celular a los cuatro segundos. ¿Qué hago, me levanto y me voy, me levanto y voy al baño? ¿Me levanto, le saco el celular de las manos y lo rompo a pisotones en el piso? Sería gratificante. Yo lo miro, tal vez esperando me haga parte del diálogo virtual que está teniendo con quiensabequién. Y no, obviamente que no me cuenta quién mierda le rompe los huevos por uasap.Hasta pienso que eso de ponerse con el aparatito lo hace a propósito, porque lo mira y sonríe, o lo mira y me mira serio, como haciendoque me escucha. Pero luego recuerdo a todo mi entorno haciendo lo mismo: a mi mamá, a mis amigas cuando nos juntamos, en la facultad a los profesores, a mi jefe cuando le planteo algo importante. Hasta mi padre ahora tiene uasap, aunque no lo sepa usar. Uatpas con la gente.

Qué rico mojar el pan en la salsa.
            

domingo, 13 de mayo de 2012

Resignificando Rayuela






Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Mingo, en cada hombre parecido a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Mingo, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en una esquina de Villa Crespo, un atardecer helado de marzo.

domingo, 6 de mayo de 2012

Puaj


Me molestan los ruidos que hace la gente cuando mastica.
Me hacen mal en serio.


Of, qué vida consagrada a la desdicha.

La repartija

(De cómo ficcionalizar un poco tu vida para no caer en la tragedia)


No teníamos mucho para repartir: ni heladera, ni microondas, ni sillón. Sin embargo la cama se la quedaría alguno, y por suerte el placard estaba empotrado a la pared. Mis libros no te interesaban, los tuyos a mí tampoco, qué me importan los cables coaxiles, las redes y la saga de Crepúsculo. Mi dios, Crepúsculo (que incluye Nueva Luna, Eclipse y Amanecer. Pf). En mi mesita de luz siempre firme Rayuela y por mucho tiempo La casa de los espíritus. Aunque habitualmente decías que eran unas historias de mierda, que Cortázar escribía como el carajo, imposible de entender, sé que te encantaba y que mientras yo dormía vos lo hojeabas. Lo sé, te vi, pero me hacía la dormida. Literariamente no nacimos el uno para el otro, aunque por mucho tiempo leímos a Borges y nos asombramos de su fascinante obra. 
"Qué sería de los Clash, sin Buenos Aires, donde nacías vos", siempre resuena eso en mi cabeza y una parte herida de mí detesta que haya algo que todavía nos una. Nos une todo, en realidad. Cortar un lazo es hacer una incisión en un lugar, pero a su vez es atarse a miles de sogas para no dejar caer ciertas cosas al abismo del olvido. Y la parte agradecida de mí, lo agradece, valga la redundancia.
Así que la repartija consistía en decidir cómo dividiríamos la colección de discos. No sé cómo haremos.
Los cactus están bien, quería decirte.