jueves, 17 de junio de 2010

Capítulo 5 - Rayuela - Julio Cortázar

La primera vez había sido un hotel de la rue Valette, andaban por ahí vagando y parándose en los portales, la llovizna después del almuerzo es siempre amarga y había que hacer algo contra ese polvo helado, contra esos impermeables que olían a goma, de golpe la Maga se apretó contra Oliveira y se miraron como tontos, HOTEL, la vieja detrás del roñoso escritorio los saludó compasivamente y qué otra cosa se podía hacer con ese sucio tiempo. Arrastraba una pierna, era angustioso verla subir parándose en cada escalón para remontar la pierna enferma mucho más gruesa que la otra, repetir la maniobra hasta el cuarto piso.

Olía a blando, a sopa, en la alfombra del pasillo alguien había tirado un líquido azul que dibujaba como un par de alas. La pieza tenía dos ventanas con cortinas rojas, zurcidas y llenas de retazos; una luz húmeda se filtraba como un ángel hasta la cama de acolchado amarillo.

La Maga había pretendido inocentemente hacer literatura, quedarse al lado de la ventana fingiendo mirar la calle mientras Oliveira verificaba la falleba de la puerta. Debía tener un esquema prefabricado de esas cosas, o quizá le sucedían siempre de la misma manera, primero se dejaba la cartera en la mesa, se buscaban los cigarrillos, se miraba la calle, se fumaba aspirando a fondo el humo, se hacía un comentario sobre el empapelado, se esperaba, se cumplían todos los gestos necesarios para darle al hombre su mejor papel, dejarle todo el tiempo necesario la iniciativa. En algún momento se habían puesto a reír, era demasiado tonto. Tirado en un rincón, el acolchado amarillo quedó como un muñeco informe contra la pared.

Se acostumbraron a comparar los acolchados, las puertas, las lámparas, las cortinas; las piezas de los hoteles del cinquième arrodissement eran mejores que las del sixième para ellos, en el septième no tenían suerte, siempre pasaba algo, golpes en la pieza de al lado o los caños hacían un ruido lúgubre, ya por entonces Oliveira le había contado a la Maga la historia de Troppmann, la Maga escuchaba pegándose contra él, tendría que leer el relato de Turguéniev, era increíble todo lo que tendría que leer en esos dos años (no se sabía porqué eran dos), otro día fue Petiot, otra vez Weidmann, otra vez Christie, el hotel acababa casi siempre por darles ganas de hablar de crímenes, pero también a la Maga la invadía de golpe una marea de seriedad, preguntaba con los ojos fijos en el cielo raso si la pintura sienesa era tan enorme como afirmaba Etienne, si no sería necesario hacer economías para comprarse un tocadiscos y las obras de Hugo Wolf, que a veces canturreaba interrumpiéndose a la mitad, olvidada y furiosa.

A Oliveira le gustaba hacer el amor con la Maga porque nada podía ser más importante para ella y al mismo tiempo, de una manera difícilmente comprensible, estaba como por debajo de su placer, se alcanzaba en él un momento y por eso se adhería desesperadamente y lo prolongaba, era como un despertar y conocer su verdadero nombre, y después recaía en una zona siempre un poco crepuscular que encantaba a Oliveira temeroso de perfecciones, pero la Maga sufría de verdad cuando regresaba a sus recuerdos y a todo lo que oscuramente necesitaba pensar y no podía pensar, entonces había que besarla profundamente, incitarla a nuevos juegos, y la otra, la reconciliada, crecía debajo de él y lo arrebataba, se daba entonces como una bestia frenética, los ojos perdidos y las manos torcidas hacia adentro, mítica y atroz como una estatua rodando por una montaña, arrancando el tiempo con las uñas, entre hipos y un ronquido quejumbroso que duraba interminablemente. Una noche le clavó los dientes, le mordió el hombro hasta sacarle sangre porque él se dejaba ir de lado, un poco perdido ya, y hubo un confuso pacto sin palabras, Oliveira sintió como si la Maga esperara de él la muerte, algo en ella que no era su yo despierto, una oscura forma reclamando una aniquilación, la lenta cuchillada boca arriba que rompe las estrellas de la noche y devuelve el espacio a las preguntas y a los terrores. Sólo esa vez, descentrado como un matador mítico para quien matar es devolver el toro al mar y el mar al cielo, vejó a la Maga en una larga noche de la que poco hablaron luego, la hizo Pasifae, la dobló y la usó como un adolescente, la conoció y le exigió las servidumbres de la más triste puta, la magnificó a constelación, la tuvo entre los brazos oliendo a sangre, le hizo beber el semen que corre por la boca como desafío al Logos, le chupó la sombra del vientre y de la grupa y se la alzó hasta la cara para untarla de sí misma en esa última operación de conocimiento que sólo el hombre puede dar a la mujer, la exasperó con piel y pelo y baba y quejas, la vació hasta lo último de su fuerza magnífica, la tiró contra una almohada y la sábana y la sintió llorar de felicidad contra su cara que un nuevo cigarrillo devolvía a la noche del cuarto y del hotel.

Más tarde a Oliveira le preocupó que ella se creyera colmada, que los juegos buscaran ascender a sacrificio. Temía sobre todo la forma más sutil de la gratitud que se vuelve cariño canino; no quería que la libertad, única ropa que le caía bien a la Maga, se perdiera en una feminidad diligente. Se tranquilizó porque la vuelta de la Maga al plano del café negro y la visita al bidé se vio señalada por la recaída en la peor de las confusiones,maltratada de absoluto durante esa noche, abierta a una porosidad de espacio que late y se expande, sus primeras palabras de este lado tenían que azotarla como látigos, y su vuelta al borde de la cama, imagen de una consternación progresiva que busca neutralizarse con sonrisas y una vaga esperanza, dejó particularmente satisfecho a Oliveira. Puesto que no la amaba, puesto que el deseo cesaría (porque no la amaba, y el deseo cesaría), evitar como la peste toda sacralización de los juegos. Durante días, durante semanas, durante algunos meses, cada cuarto de hotel y cada plaza, cada postura amorosa y cada amanecer en un café de los mercados: circo feroz, operación sutil y balance lúcido. Se llegó así a saber que la Maga esperaba verdaderamente que Horacio la matara, y que esa muerte debía ser de fénix, el ingreso al concilio de los filósofos, es decir a las charlas del Club de la Serpiente: la Maga quería aprender, quería ins-truir-se.

Horacio era exaltado, llamado, concitado a la función del sacrificador lustral, y puesto que casi nunca se alcanzaban porque en pleno diálogo eran tan distintos y andaban por tan opuestas cosas (y eso ella lo sabía, lo comprendía muy bien), entonces la única posibilidad de encuentro estaba en que Horacio la matara en el amor donde ella podía conseguir encontrarse con él, en el cielo de los cuartos de hotel se enfrentaban iguales y desnudos y allí podía consumarse la resurrección del fénix después que él la hubiera estrangulado deliciosamente, dejándole caer un hilo de baba en la boca abierta, mirándola extático como si empezara a reconocerla, a hacerla de verdad suya, a traerla de su lado.

lunes, 14 de junio de 2010

Si lo dice la abuela...

Siguiendo con la línea familiar, sin conectarlo con el posteo pasado que tratóse de las redes sociales y mis padres, hoy mencionaremos a otra integrante del círculo: la abuela.
Hace un rato, mientras me bañaba pensaba en muchas cosas, mi mente me relampagueaba con diversas informaciones de toda índole: el amor, el no-amor, el shampoo, el jabón violeta que tiene un perfume más rico que el rosa, la humedad, que no había toalla a mano, que todavía no terminé de leer un libro de Ionesco, que nunca escuché hablar de mujeres que se dediquen a la urología mientras sí hay hombres que practican la ginecología, etc.

En un instante recordé a mi abuela. Vaya a saber por qué. Quizás a ustedes les suceda, esa tendencia a pensar mejor, a analizar en profundidad ciertas cosas, a encontrar relaciones originales, paradójicas o preguntarse por sencilleces que quedarán retumbando en nuestro interior por unos días, que sólo ocurre en circunstancias específicas. Quiero decir, tener un momento de inspiración en determinado lugar o momento del día.
A mi me pasa de noche, antes de irme a dormir, o en la ducha. Otras gentes tendrán estos destellos de brillantez (?) mientras van al baño, o se sientan en el inodoro; otras cuando viajan en colectivo; algunas mientras desayunan; otras nunca la tienen.

Como sea, a mí de chica me costaba entender esa frase de mi abuela: "antes de tener novio aprendé a lavarte la bombacha"; supongo, porque cuando nací ya existía el lavarropas automático. Aún así, reconozco que tardé en comprender cómo programarlo. Evidentemente, las abuelas jamás se equivocan.

Dale, llamala a tu abuela y decile que la querés mucho.*

*y si no tenés, llamá a algún familiar. No vale decírselo virtualmente.

martes, 8 de junio de 2010

No es spam, es tu vieja en FB


Chicos, paren, después de tanto tiempo sin decir nada inteligente (van como 20 años), me doy cuenta que hay cincuenta personas siguiendo este blog.
Entonces pienso "¿me siguen sólo para leer lo que no hay?, ¿me siguen por error? ¿son spam? ¿no saben lo que quieren pero sí saben lo que no quieren leer?" y muchas otras cosas más. Pero lo importante es que si bien no son 200 personas, con este número basta y sobra para comprometerme con ustedes y ponerme a escribir nuevamente.

Eso, y aparte, estoy sin laburar de nuevo.

Así que les agradezco por apretar el botón "Seguir" y les re re re juro (?) que esto sigue.

Listo, volvemos a la programación no habitual. ¿En qué andan, todo bien?
Hoy volvía de mi ex laburo, caminando, y recordaba el 25 de mayo, el Bicentenario, la alegría y regocijo del pueblo, por otro lado pensaba en que tenía que comprarme un cepillo de dientes nuevo, que las zapatillas están muy mugrientas, y que mi vieja debe estar odiándome porque hace semanas que no la veo.

Con esto último, (quiero decir sobre mi madre) recordé que le dejé un mensaje vía FB, por lo que automáticamente tuve la necesidad de preguntarme filosóficamente "¿por qué sos amiga FB de tu vieja, Jimena? ¿Es realmente necesario? ¿Es una buena idea? ¿No creés que hay demasiada exposición de tu vida y de tus personas-que-tu-vieja-no-debe-conocer-jamás?

Y sí. Es la dura realidad: tengo a mi vieja en facebook.
Pero al contrario de mi padre, al cual también tengo en esa bendita red social como amigo (Oc, reconozco cierta ñoñez de mi parte), mi señora madre está todo el día conectada y haciendo comentarios en mi muro, en mis fotos, y lo peor, ¡haciendo comentarios de comentarios! Por ende, tiene dominio y conocimiento de muchas de mis peripecias juveniles, de mis andanzas nocturnas, y de mis bochornosos archivos fotográficos.

Pero bueno, suporongo que así son las relaciones posmodernas, vía FB, hasta con tu madre, si es que no vivís con ella.

Seguro a ustedes les pasa, y aunque todos en el fondo tengamos el deseo de eliminarlas de nuestra lista de amistades, una vez que han sido aceptadas, no hay vuelta atrás.

Para una madre (intentode)2.0, esta supresión de conocimiento de tu vida, sería peor que el rechazo al clásico pastel de papas hecho con amor.
Estoy recordando que mi vieja no cocina, así que me cagó, de una.

Bueno, quería hacer esta catarsis, ya que por facebook no puedo.

Tengo la leve impresión de que mi madre sabe de la existencia de este sitio pero nunca me lo ha comentado.

ueit, ueit e menet pipol! Para que todo este palabrerío cobre sentido alguno y tenga un peso cultural, les dejo el link de una muestra que están exponiendo en el MALBA, sobre el genial fotógrafo estadounidense Robert Mapplethorpe, "Eros and Order". No me lo pienso perder.