sábado, 26 de mayo de 2012

El problema del uasap



     Imaginemos una situación idílica y placentera, como lo es salir a comer a algún restorán la noche de algún viernes, con otra persona. Estamos sentados, conversando de la vida, comiendo, riendo, en fin, estamos pasando una linda velada. Hastaque: el interlocutor que me acompaña saca el celular de su bolsillo, lo mira, me mira, responde lo que acabo de decirle con un monosílabo, y sube el celular hasta la altura del pecho, su mirada queda fija ahí. Tal vez hasta esboza una sonrisita hacia la pantalla del aparato. Ahá. Qué ricos están los agnolottis, pienso mientras me como uno y miro el plato, luego la mesa de al lado, lo miro a mi interlocutor, miro el celular, y miro otro agnolotti del plato, la persona sigue ahí, dale que dale con las teclitas del celular. Muy rico lo que me pedí. Qué rápido que es con las teclitas. "¿Qué me decías?", escucho. "Ah, te decía que..." y continuo el relato. Le cuento algo que si bien no es lo más interesante del mundo, requiere de un oído dispuesto y de una respuesta con marcada reflexión. O al menos espero eso. Bueno, lo que sucede justo antes de que termine de contarle mi asunto, es que el celular (ya ubicado sobre la mesa, ya siendo un comensal más y un integrante más del diálogo, al parecer) vibra y acto seguido la persona lo toma, lo mira, me mira, lo interpone entre nuestros rostros, y teclea nuevamente. Yo intento seguir narrando mi parte, pero se me torna imposible sentir la conexión con el otro. Quiero decir, uno cuando dialoga, aparte de esperar una respuesta, intuye una cierta actitud de interés en el otro, de escucha. Eso evidentemente se está cortando, por lo cual me callo y miro atenta, a los deditos que teclean, a la cara que sonríe al celular, cual compinche. "Qué pelotudo", pienso. "Sí, disculpame, seguí contándome". Que te cuente qué, que me parecés un idiota cortándome la charla cada sesenta segundos con ese celular. Si le digo eso voy a pasar a ser una loca obsesiva y censuradora de comunicaciones con terceros no presentes, pero presentes por medio del aparatito. Y del "uasap", porque me contás (y no me interesa) que alguien te está enviando mensajes por uasap. Nunca usé eso, mi celular no lo tiene. Así que saco mi celular, totalmente básico, y mientras él teclea en su esmarfon, yo hago que escribo algo con el mío. Falso, claro, pero ya que estamos vamos a entrar en la estupidez y la falta de respeto. Guardo el celular luego de mirar la hora, y él sigue tecleando. Ahora nuestra conversación se torna alrededor del uasap. Sí, mi relato anterior quedó inconcluso, por supuesto. Cosas de la vida, mi incapacidad de síntesis o mi incapacidad de relatar con dinamismo, será. Entonces hablamos del uasap, le digo que no me gustaría tener porque considero que la gente te habla porque está al pedo, y te mantiene como un tarado prendido al teléfono. Tomá, te la dije. Y él asiente, dice que es cierto, pero que en todo caso no contestás. JAJA, me río fuerte. Comamos, mejor. Luego me comenta que "Me siento un tonto, la verdad, agarrando el celular cada dos segundos". OH, ALELUIA, YAVÉ. Y agarra el celular a los cuatro segundos. ¿Qué hago, me levanto y me voy, me levanto y voy al baño? ¿Me levanto, le saco el celular de las manos y lo rompo a pisotones en el piso? Sería gratificante. Yo lo miro, tal vez esperando me haga parte del diálogo virtual que está teniendo con quiensabequién. Y no, obviamente que no me cuenta quién mierda le rompe los huevos por uasap.Hasta pienso que eso de ponerse con el aparatito lo hace a propósito, porque lo mira y sonríe, o lo mira y me mira serio, como haciendoque me escucha. Pero luego recuerdo a todo mi entorno haciendo lo mismo: a mi mamá, a mis amigas cuando nos juntamos, en la facultad a los profesores, a mi jefe cuando le planteo algo importante. Hasta mi padre ahora tiene uasap, aunque no lo sepa usar. Uatpas con la gente.

Qué rico mojar el pan en la salsa.
            

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